El crimen perfecto (fragmento) jean baudrillard


La creencia en la realidad forma parte de las representaciones elementales de la vida religiosa. Es una debilidad del entendimiento, una debilidad del sentido común, y la última trinchera de los celadores de la moral y de los apóstoles de lo racional. Afortunadamente, nadie, ni siquiera los que lo profesan, vive de acuerdo con ese principio, y con razón. Nadie cree básicamente en lo real, ni en la evidencia de su vida real. Sería demasiado triste.
Pero en fin, dicen esos buenos apóstoles, no se os ocurrirá desacreditar la realidad ante los ojos de aquellos a quienes tanto les cuesta vivir, y qué tienen perfecto derecho a lo real y al hecho de que existen. O bien: no se os ocurrirá desacreditar la lucha de clases ante los ojos de unos pueblos que ni siquiera han tenido derecho a su revo lución burguesa. O bien: no se os ocurrirá desacreditar la reivindicación feminista e igualitaria ante los ojos de todas aquellas que ni siquiera han oído hablar de los derechos de la mujer, etc. ¡Si no os gusta la realidad, no se la quitéis de la cabeza a los demás! Es una cuestión de moral democrática: Nunca hay que desesperar a nadie.
Detrás de estas intenciones caritativas se oculta un profundo desprecio. En primer lugar, en el hecho de instituir la realidad como una especie de seguro de vida o de concesión perpetua, como una especie de derecho del hombre o un bien de consumo corriente. Pero sobre todo empujando a la gente a poner únicamente su esperanza en las pruebas visibles de su existencia: al atribuirles este realismo chato, se les toma por ingenuos y por débiles mentales. Hay que decir en descargo de los propagandistas de la realidad que este desprecio comienzan a ejercerlo sobre sí mismos, reduciendo su propia vida a una acumulación de hechos y pruebas, de causas y efectos. Un resentimiento cómo es debido comienza siempre por uno mismo.

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