La burguesía estéril Orlando Araujo
Preguntémonos ahora por qué estos hombres tan prácticos y tan
realistas, cuyo tiempo es oro, realizan esfuerzos para conservarse unidos y
además, por qué gastan energías y tiempo en discutir sobre asuntos tan abstractos
como el “intervencionismo” y la “libre empresa”, una polémica que los
alumnos elementales de cualquier escuela de Economía considerarían ya superada. La
verdad es que no se trata de un torneo intelectual, sino de una aguda lucha de
intereses cubierta por el eufemismo técnico de los asesores, cuya misión no es otra que
la de cubrir con velos de fábula los cálculos, ambiciones y proyectos concretos
de estos capitalistas que suelen pagar muy bien el ropaje convencional con que han
de presentarse
en sociedad.
Unos y otros actúan como capitalistas, son guiados por un común afán de obtener la máxima ganancia; pero en su
actividad, ubicada en sectores diferentes, afectan de manera opuesta el proceso de
nuestro desarrollo y el
interés general de la colectividad: los unos se aferran al
mantenimiento de las estructuras colonialistas que nos definen como una economía
dependiente; los otros, al luchar por sus intereses, incrementan los sectores productores
internos sobre los cuales ha de fundamentarse necesariamente cualquier esfuerzo de
independencia económica. Por ello es por lo que a estos últimos se
les conoce bajo el calificativo
de burguesía “progresista”, “nacionalista” o como
nosotros preferimos burguesía
productora, en contraposición de una burguesía “importadora”,
“intermediaria”,
o, como nos parece más expresivo, una burguesía estéril.
Frente a la estructura neocolonial que hemos descrito no hay otra
alternativa que
no sea la liberación económica, social, política y cultural del
país. Estas fuer-
zas tienen, conjuntamente, el mandato histórico, la
responsabilidad, el compro-
miso de luchar por ella hasta conquistarla. No hay evasión ni
escapatoria que no
sea una traición. Este es el sentido de la lucha fundamental que
se desarrolla hoy en
Venezuela y que el mundo entero observa. La libertad del hombre
venezolano ac-
tual consiste, precisa y objetivamente, en el compromiso
revolucionario, en la toma
de conciencia y en la acción consecuente para transformar un país
colonizado en
un país realmente libre. Los primeros en dar su contribución han
sido los obreros,
los estudiantes y los campesinos. Se han venido sumando a ella los
intelectuales
de vanguardia. Es necesario ahora sumar, aglutinar, incorporar
nuevos efectivos a
una lucha que es irreversible como la historia. Es el tiempo de
avanzar.
El pueblo se muestra, con razón, escéptico ante la tesis de una
“burguesía mala”
y una “burguesía buena”. Tal escepticismo es producto de
siglo y medio de frus-
traciones, acentuadas en los últimos cuarenta años de formación
de una oligarquía
del dinero, madrinera del capital extranjero y apadrinadora de una
“democracia
formal” cortada a la medida de sus intereses. La intuición
popular cubre con la
denominación de “ricos” a toda esa vasta fauna del poder
económico, desde el
terrateniente tradicional hasta el comerciante importador,
conjuntamente con el
banquero viejo, el banquero nuevo, el industrial antiguo, el
gerente moderno, el
monopolista, el traficante de bienes raíces y el inversionista
que especula en la
bolsa de valores.
Hasta 1958, Fedecámaras estuvo dirigida por hombres del gran
comercio y de la
banca, cuya vasta experiencia buscaba la armonía entre el mundo
de los negocios
y los intereses de la dictadura, todo ello con suma discreción
apenas rota por la
imprudencia de algún acto espectacular, como aquel de la cena
pública con el dic-
tador Marcos Pérez Jiménez. En 1958, ante la explosión y el
auge de la concien-
cia revolucionaria del pueblo, Fedecámaras no tuvo otra
alternativa que vestir un
atuendo progresista: fue entonces cuando Alejandro Hernández y
Reinaldo Cervini,
dos representantes de la burguesía productora, vencieron en las
elecciones de la
asamblea anual e imprimieron a la institución un vuelco
nacionalista. Los altos
jerarcas del poder económico, esos que no asisten a las asambleas
pero envían
emisarios y recados a los asambleístas, tuvieron que soportar,
para salvarse, la
presencia de Ramón Quijada –dirigente campesino– quien,
metralleta al hombro,
se paseaba del brazo de un don Feliciano Pacanis, presidente de la
Cámara de Co-
mercio y oligarca viejo, en procura de un fusil para defender la
democracia.
La burguesía nacional describe
como misión histórica la de servir de
intermediario. Como se ve, no se trata de
una vocación de transformar a la nación,
sino prosaicamente de servir de correa
de transmisión a un capitalismo reducido
al camuflaje y que se cubre ahora con la
máscara neocolonialista. La burguesía
nacional va a complacerse, sin complejos
y muy digna, con el papel de agente de
negocios de la burguesía occidental. Ese
papel lucrativo, esa función de pequeño
gananciero, esa estrechez de visión,
esa ausencia de ambición simbolizan la
incapacidad de la burguesía nacional para
cumplir su papel histórico de burguesía.
F ranz F anon
Los condenados de la tierra.
Aquella burguesía comercial que surge y convive con el sector
latifundista a lo lar-
go del siglo xix , que se eleva en importancia y se asocia con el
capital europeo bajo
el régimen autocrático y civilizador de Guzmán Blanco y que
entra en conflicto
con el feudalismo improductivo hacia fines del siglo xix y
comienzos del siglo xx ,
según lo hemos visto en el capítulo I de este ensayo, va a
recibir del sector petro-
lero un impulso decisivo y, en menos de dos décadas, se va a
transformar de una
clase sujeta a la suerte de las exportaciones de café, cacao y
cueros en un poderoso
sector comercial y financiero, el cual va a servir de
intermediario entre los grandes
exportadores de manufacturas de los países avanzados y los
receptores internos
del ingreso petrolero.
A través de ellos se escapan al exterior los residuos que bajo
forma de impuestos y de gastos directos va dejando en el país la
explotación de
los hidrocarburos: lo que no se va como ganancia (transferencia
directa) de las compañías hacia sus casas matrices, se va por el desaguadero de
un comercio que
importa desde los consumos más imprescindibles (alimentos,
medicinas, vestidos)
hasta los más superfluos y lujosos (bebidas, joyas, perfumes,
automóviles).
Una oligarquía de comerciantes y de banqueros van entonces
prosperando y acu-
mulando un poderío económico que se traduce en poderío político
y que se refleja
en la vida institucional. No es una clase creadora de riqueza como
históricamente
fue la burguesía en las primeras etapas del capitalismo. Esta
clase no inicia el
capitalismo en Venezuela, es sencillamente la proyección colonial
de un sistema
capitalista foráneo más avanzado. Su papel es el de un agente de
ese capitalismo,su función es intermediaria y su poder económico es derivado de
otro fundamental y mayor. Sus ingresos no provienen de una combinación arriesgada
de factores
de producción sino de una comisión: la comisión del
intermediario que compra afuera y vende adentro. No es, pues, una burguesía productora
sino una burguesía
estéril.
La ideología de esta clase refleja necesariamente su ser social.
Es la ideología que,
dentro de una economía colonialista, conviene a los intereses de
la clase asociada
al sistema capitalista extranjero. Es la proyección ideológica
de este sistema que
va encarnando en leyes, instituciones, doctrinas, hábitos y en
formas múltiples de
la vida política, social y cultural del país colonizado.
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