Holomovimiento
Prigogine (1996), desde la
termodinámica, nos ha posibilitado comprender al cambio como
un proceso irreversible que se
desenvuelve a través de un desorden creciente, señalando que estos
pro-
cesos son más comunes que aquellos
reversibles donde un sistema que es afectado por un cambio
puede regresar al punto exacto de su
estado inicial. La entropía nos desplaza en el tiempo, la vuelta
atrás es irremediable. Desde lo biológico, no volveremos a ser
niños, los niños no volverán a ser un feto, ni volverán a su
constitución unicelular. Y desde lo psicológico, como expresa
Wendell: “La mente de un hombre una vez ampliada, por una idea
nueva, nunca recupera su dimensión
original” (Citado por Riba, 2005,
p.17). Sin embargo hoy encontramos supuestos de reversibilidad
temporal subyacentes en los discursos
en torno al cambio, “si se volviera a la escuela de antes”, “ha-
bría que volver a la universidad que
teníamos”, “deberíamos volver a los valores tradicionales”.
Existe en el sentido común una representación social lineal y
reversible del tiempo para la que pasa
inadvertida la complejidad en la que
nos sumerge la dirección del flujo temporal. “El cambio es tan
inexorable como el tiempo, y sin
embargo pocas cosas chocan con tanta resistencia”. (Disraeli, ci-
tado por Riba, 2005, p.47). Para
Prigogine, el universo “no está constituido de abajo hacia arriba
sino que es una telaraña de niveles y leyes divergentes” (Briggs y
Peat, 1998, p.186), donde todo atañe a todo. Desde el paradigma
disipativo, el proceso reemplaza a las cosas y a su vez éste da
prioridad al tiempo sobre el espacio. Esto tiene importantes
consecuencias en la gestión de un proceso de aprendizaje para
generar un cambio. El cambio no puede ser tomado como un objeto sino
como un proceso que se desliza en el tiempo y es este último el que
irá definiendo el espacio como los diseños de gestión del cambio
atendiendo al fluir del caos y de las nuevas configuraciones. Pensar
estrategias de cambio, desde arriba o abajo, constituye un
pensamiento lineal, enraizado en la teoría jerárquica y competitiva
de la evolución, sin ver la trama colectiva que constituyen las
organizaciones. Jantsch (1980) introduce la coevolución, valioso
concepto que “no niega la adaptación, ni la lucha de los
individuos por la supervivencia pero no las considera la principal
fuerza impulsora del desarrollo de nuevas formas de vida” (Briggs y
Peat, 1998, p.209).La forma impulsora es la cooperación evolutiva
bilateral de las especies y los ambientes. Si todo es movimiento ¿por
qué aparecería el ambiente como invariante? En el mutuo flujo se
produce un intercambio que determina y es determinado.
“Los seres humanos somos fruto de la
cooperación para la conservación, no de la lucha por la
supervivencia: bioevolutivamente somos porque amamos...” el que
mata al otro no es el que
gana, sino el que sobrevive”
(Maturana, 2007).
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