El maestro y Margarita
En
los duros años treinta, la URSS vivía envuelta en un ambiente de
grisácea pobreza y miedo atenazante. El hambre causaba estragos y era
empleada como arma política para la eliminación de enemigos de la
Revolución -reales o imaginarios- como el campesinado ucraniano. La
delación era un temor con el que había que convivir: todos sabían lo que
suponía una citación de la policía pero nadie era capaz de averiguar
los motivos de la misma. La paranoia de Stalin impulsó unas purgas que
acabaron con millones de ciudadanos encarcelados, expulsados del país o
condenados a muerte en uno de los episodios más sanguinarios de la
historia del siglo XX.
Pero todos estos sufrimientos
quedaban justificados como medio para alcanzar una nueva sociedad. Ese
nuevo mundo requería crear paradigmas propios en todos los órdenes de la
vida y acabar con cualquier rémora del pasado. Nuevas leyes, nuevas
reglas sociales, nueva forma de producción, nueva educación, pero
también un nuevo Arte, alejado de los parámetros burgueses. Un Arte que
reflejase ese titánico esfuerzo por imponer los ideales del Comunismo y
que diera cuenta de la cruenta lucha que se estaba llevando a cabo.
Había nacido el realismo socialista.
Sin embargo, bajo esa capa de
oficialismo inmovilista, un escritor conocido fundamentalmente por su
dedicación al teatro, trabajaba con ahínco en una obra que contravenía
todo lo que se movía a su alrededor. Lo que escribía subvertía el orden
vigente; desde las premisas artísticas del Estado a las posturas
sociales más ortodoxas. Una obra que criticaba la opulencia de unos
pocos, la docilidad de la clase intelectual o el adoctrinamiento de los
literatos y que cuestionaba de manera radical ese principio de realismo y
de finalidad aleccionadora e instrumental que se atribuía a cualquier
manifestación artística. En definitiva, se trataba de una obra burguesa
que es la etiqueta que justificaba la exclusión de los desafectos al
Régimen.
Y es que Mijaíl Bulgákov escribió
una novela fantasiosa, en ocasiones próxima a la fábula infantil, en
otras a los relatos góticos, enormemente corrosiva, tremendamente
divertida y eminentemente inútil (al menos, inútil a los ojos de un
censor soviético). No es de extrañar que hasta 1966 no viera la luz en
una versión mutilada por la censura. Habían transcurrido veintiséis años
desde la muerte de su autor, pero la fama de este libro sólo ha crecido
desde entonces, trascendiendo a su época y siendo una referencia para
lectores de cualquier pelaje.
Nada sabemos de los motivos que
impulsaron a Bulgákov a dedicar su talento a esta novela desconcertante
puesto que no debió albergar duda alguna sobre la imposibilidad de su
publicación. ¿Escribió para la posteridad sabiendo que la locura de los
líderes siempre es transitoria y que antes o después habría un cambio
que favorecería su publicación? Tal vez.
Prefiero pensar que El maestro y Margarita
fue escrita a impulsos de su ironía, regocijándose en las
desternillantes escenas en las que sus personajes trastocaban todo el
orden anodino de las calles moscovitas, haciendo saltar por los aires la
dictadura de lo real y razonable. En su ensueño, ejecutó su cruel
venganza por el rechazo de Stalin a su solicitud de salida de la URSS,
por su apartamiento de la vida pública y el riesgo constante de ser
deportado. Bulgákov no emigró a tierras extranjeras como tantos otros,
su refugio y exilio fueron su imaginación y su talento. Bulgákov
escribió varias versiones de este libro y no la dio por finalizada, por
lo que la versión final fue concluida por su esposa.
Pero, ¿qué narra la historia de El maestro y Margarita?
La trama conductora es muy sencilla: el Diablo y una pequeña comitiva
estrafalaria -incluye por ejemplo a un gato que se comporta como un
hombre, o tal vez, un hombre con apariencia de gato- llegan a Moscú y
allá por donde pasan se suceden los más inverosímiles acontecimientos.
Arden las casas, el dinero pierde su valor convertido en etiquetas de
botellas de vino, honorables ciudadanos aparecen repentinamente en Yalta
o Leningrado, hermosas damas se convierten en brujas con escoba
voladora, ...
En torno a esta trama principal se
agrupan otras dos narraciones. La primera es la historia de amor entre
Margarita y un escritor algo mayor que ella cuyo manuscrito sobre la
vida de Poncio Pilatos ha sido rechazado por las editoriales moscovitas
llevando casi a la locura al autor. Igual que Bulgákov quemó el
manuscrito con la primera versión de esta novela, en una autoparodia, el
maestro quema su manuscrito. Pero en la novela, reino de la
imaginación, Voland entrega una copia intacta al maestro evitándole así
el trabajo que le supuso a Bulgákov reescribir toda la obra.
Margarita es elegida por Voland para
acompañarle en el Gran Baile del Plenilunio Primaveral, una fiesta que
cada año se celebra en un lugar diferente y al que acuden unos invitados
bastante especiales. En agradecimiento al papel de Margarita en dicho
acontecimiento, Voland –como un pequeño genio embotellado- concede un
deseo a la joven, que no es otro que el de reunirse nuevamente con el
maestro rescatándole así del sanatorio y reencontrándose felizmente.
l
tercer hilo argumental lo forman pasajes de la novela del maestro: la
historia de Poncio Pilatos, de su encuentro con el vagabundo Ga-Nozri al
que no se atreve a salvar de la condena a muerte que le propone Caifás
pese a creerle inocente.
Estas tres tramas se entretejen a lo largo de las páginas de El maestro y Margarita
si bien la historia de Poncio Pilatos, aunque bien construida y en un
estilo realista muy diferente al del resto, parece algo ajena al
conjunto de la novela. Hay quien sostiene que la figura del tribuno
romano es una referencia al propio Stalin pero no se terminan de ver
elementos suficientes que acrediten dicha opinión. Más bien creo que
actúa como contrapunto de la historia sobre Voland ya que, al igual que
Bulgákov nos ofrece una peculiar visión de Satán, también la figura de
Jesús resulta más humana y menos mística que las hagiografías al uso.

Y es que Voland es un Satanás un
tanto especial. No se puede negar que resulta simpático. La mayor parte
de sus felonías las cometen sus secuaces, pero más a modo de juego
infantil y caprichoso que con maldad. Asaselo, Koróviev y Popota se
divierten burlando a las milicias, irrumpiendo en una tienda para
extranjeros con el ánimo de comprar un arenque o incendiando
apartamentos llevando hasta el límite de la locura a quienes se cruzan
con ellos. Es éste un diablo particular que no busca especialmente el
mal y que, con su poder, parece impartir una cierta justicia poniendo en
evidencia a los mezquinos burócratas que se cruzan a su paso. No es por
tanto un remedo del Fausto de Goethe (aunque de él tome muchos
elementos), sino una creación original y propia de Bulgákov.
La edición de Debolsillo se inicia con un prólogo de José María Guelbenzu
que ayuda a poner en contexto esta obra y que facilita el inicio de la
lectura dejando cumplida constancia de su admiración por esta obra. La
traducción de Amaya Lacasa aporta los matices suficientes para disfrutar de esa mezcla de estilos y técnicas que se conjugan en El maestro y Margarita y que abarcan desde el realismo a las imágenes más poéticas.
El epílogo esconde una brillante
ironía, una cruel burla al tiempo en que fue escrita. Al hilo de las
investigaciones policiales abiertas para esclarecer los motivos del
desbarajuste caótico que se ha adueñado por unos de días de Moscú, se
adereza una versión asumible en los informes oficiales. Donde hubo masas
caminando por las calles con lujosos vestidos o con los bolsillos
repletos de dinero que luego desaparecía, encontraron meros ejemplos de
hipnosis. Donde las personas eran transportadas a miles de kilómetros
sin saber cómo, realmente se estaba ante actos de desaprensivos amigos
del vodka. Todo tiene explicación. Los propios afectados asumen su parte
de culpa, firman confesiones y creen la versión que se les presenta
ante sus ojos. Un claro remedo y burla de las purgas de Stalin en las
que muchos de los ejecutados confesaban cualquier tipo de culpa, no
siempre gracias a la tortura como señala Vasili Grossman en Todo fluye.
Así, El maestro y Margarita
concluye como lo que es, un brutal desafío al realismo socialista.
Ridiculiza a las milicias, al espionaje de las vidas privadas, a quienes
dudan de la existencia de lo inmaterial,... Es un desafío y un alegato a
favor de la imaginación más desbordante, un homenaje al romanticismo y
al lirismo. Y ello, ¡gran provocación!, olvidando que toda obra debe
responder a una finalidad clara, ser un eslabón más en la cadena que nos
lleva al hombre nuevo, una lección para el pueblo. No, El maestro y Margarita
no enseñó nada al pueblo soviético puesto que no pudo ser leída en su
momento. La pregunta es si aún hoy podemos aprender algo de su lectura; y
la respuesta será evidente para todos los que hayan disfrutado de estas
páginas. el libro aquI
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