Golpe de Estado en Brasil


Y quizás el principal error que hayamos cometido en la izquier-
da brasileña y latinoamericana, durante estos últimos años, ha sido no
ponernos al frente, a la vanguardia como nos gusta decir a nosotros,
del combate a la corrupción. De hacerlo cortando de raíz cualquier
responsable de corrupción entre sus filas, duela donde duela, sin dejar
nunca de emitir señales claras acerca de qué lado estábamos. Nues-
tro apoyo a una reforma política que ponga en evidencia que el actual
sistema político-partidario promueve la promiscuidad entre el mundo
privado, el de los negocios y el de los intereses públicos, debería haber
sido mucho más explícito y determinado.

La inmensa mayoría de las personas que conforman nuestras naciones
son ciudadanos y ciudadanas honorables y buenas. Los dirigentes de
izquierda, cuando se dejan de parecer a ellas, comienzan a parecerse a
los empresarios, a los políticos, a los jueces y a los policías cuyo com-
portamiento corrupto aspiramos a combatir.

El problema es que, en América Latina, cuando a la corrupción
no se la combate, se vuelve imperceptible. Y, por el contrario, cuanto
más se la combate, más parece presente y más parece invadirlo todo.

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