Homosexualidad e ideología
“Los homosexuales son una raza maldita,
perseguida como Israel. Y finalmente, como
Israel, bajo el oprobio de un odio inmere-
cido por parte de las masas, adquirieron
características de masa, la fisonomía de una
nación (...). Son en cada país una colonia
extranjera” (Marcel Proust).
A partir del siglo XIX, desde distintas
disciplinas, comienza la
preocupación por determinar quién de entre los
homosexuales
era un “verdadero degenerado”, en cuyo
sustrato ideológico
subyacía el modelo de sexualidad burgués que
operaba a través
del disciplinamiento y manejo de los cuerpos. En
este contexto
surgió la “medicalización de la
homosexualidad”, que no era
otra cosa que el intento de “normalización”,
por parte de la
medicina, de la vida de los sujetos.
D e todas las prácticas erótico-afectivas que ha
desplegado
la sexualidad humana desde la instalación de
cristianismo como
religión oficial, el homoerotismo probablemente
sea aquella que
ha sido objeto de las más duras condenas y
desaprobación social
generalizada. Con todo, en esa misma historia se
perciben períodos
de mayor tolerancia y otros de recrudecimiento de
las persecu-
ciones; muchas de ellas escudadas en
justificaciones morales o
religiosas, que escasamente disimulaban los
propósitos políticos
de desacreditación social y destrucción moral
del oponente.
El cambio sustantivo se produjo a partir del siglo
XIX cuando
pasó a la esfera de la medicina, la psiquiatría
y posteriormente
del psicoanálisis. De hecho, en un intento por
humanizar los excesos
jurídicos de que eran víctima los sujetos que
evidenciaban este
tipo de conductas, algunos médicos del período
pretendieron
eximirlos de toda culpa criminal argumentando que
en lugar
de encarcelarlos lo que correspondía era
tratarlos de sus patologías.
Antes de la invención del homosexual, Vautrin, en
la Comedia
Humana de Balzac, nunca hizo de sus deseos
homoeróticos prueba
de la deficiencia de su masculinidad o
incompetencia conyugal.
Por el contrario, usaba el homoerotismo, como una
forma de
desenmascarar la hipocresía burguesa. Del mismo
modo, en el
contexto de la literatura latinoamericana de
inicios del siglo XX,
Bom-Crioulo, personaje de Adolfo Caminha, 12 nunca
percibió
su pasión sensual por el grumete como un
cuestionamiento a su
virilidad. Cedía a su deseo como cedía al
hambre, sin hacer de
su preferencia sexual algo contra su identidad
masculina.
Estas consideraciones nos recuerdan, asimismo, que
la
estabilidad de la identidad heterosexual sólo la
garantiza la
delimitación y exclusión de la homosexualidad;
es decir, la
heterosexualidad está en gran parte definida por
lo que ella re-
chaza, de la misma manera que, de forma general,
una sociedad
se define por lo que excluye como lo señala
Foucault (1976) en
su Historia de la locura.
En una sociedad marcada por la matriz
patriarcal-machista,
el sujeto homoeróticamente inclinado parece estar
siempre ex-
puesto a los dictados del heterosexismo dominante.
Si deciden
“asumirse” se expone al comentario irónico o
condescendiente
y no pocas veces al desaire. Si, por el contrario,
deciden per-
manecer en las sombras y ocultarse se coloca en
una situación
falsa, precisando mantener un doble estándar
desquiciante. Al
primero, dice Eribón (2001), se le lee la
cartilla, de modo que
no exceda los apretados márgenes de una supuesta
liberalidad.
Del segundo, se burlan y es objeto de toda suerte
de comentarios
maliciosos.
De allí que nuestra propuesta apueste por la
construcción
de un nuevo régimen de verdad. Régimen donde no
se separa a
los seres humanos entre heterosexuales y
homosexuales, siendo
estos últimos catalogados, patologizados y
consecuentemente
estigmatizados en virtud de sus prácticas
sexuales o manifesta-
ción de sus afectos, sino se reconozca en el
homoerotismo una
posibilidad válida y legítima de desarrollo y
realización de la
sexualidad humana.
No porque ellos sean de derecha NOSOTROS debemos
conformarnos con la izquierda. No hay lugar para dos en el
universo.
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