EL PENSAMIENTO RADICAL


La novela es una obra de arte no tanto por sus semejanzas inevitables con la vida como por las diferencias inconmensurables que la separan de ella.
STEVENSON

De igual manera, el pensamiento no vale tanto por sus convergencias inevitables con la verdad como por las divergencias inconmensurables que lo separan de ella.

No es cierto que para vivir haya que creer en la propia existencia. Además, nuestra conciencia nunca es el eco de nuestra existencia en tiempo real, sino su eco en tiempo diferido, la pantalla de dispersión del sujeto y de su identidad (sólo en el sueño, la inconsciencia y la muerte existimos en tiempo real, somos idénticos a nosotros mismos). Esta conciencia procede mucho más directamente de un desafío a la realidad, de la idea preconcebida de la ilusión objetiva del mundo que de su realidad.

Este desafío es más vital para nuestra supervivencia y la de la especie que la creencia en la realidad y en la existencia, que responde a consuelos espirituales para ser utilizados en otro mundo. Nuestro mundo es lo que es, y no por ello es más real.

«El instinto más poderoso del hombre es éntrar en conflicto con la verdad, y por tanto con lo real. »

La creencia en la realidad forma parte de las formas elementales de la vida religiosa. Es una debilidad del entendimiento, una debilidad del sentido común, y la última trinchera de los celadores de la moral y de los apóstoles de lo racional. Afortunadamente, nadie, ni siquiera los que lo profesan, vive de acuerdo con ese principio, y con razón. Nadie cree básicamente en lo real, ni en la evidencia de su vida real. Sería demasiado triste.

Pero en fin, dicen esos buenos apóstoles, no se os ocurrirá desacreditar la realidad ante los ojos de aquellos a quienes tanto les cuesta vivir, y qué tienen perfecto derecho a lo real y al hecho de que existen. Idéntica objeción respecto al Tercer Mundo: no se os ocurrirá desacreditar la abundancia ante los ojos de los que se mueren de hambre. O bien: no se os ocurrirá desacreditar la lucha de clases ante los ojos de unos pueblos que ni siquiera han tenido derecho a su revolución burguesa. O bien: no se os ocurrirá desacreditar la reivindicación feminista e igualitaria ante los ojos de todas aquellas que ni siquiera han oído hablar de los derechos de la mujer, etc.

¡Si no os gusta la realidad, no se la quitéis de la cabeza a los demás! Es una cuestión de moral democrática: no hay que desesperar a Billancourt. Nunca hay que desesperar a nadie.

Detrás de estas intenciones caritativas se oculta un profundo desprecio.

En primer lugar,en el hecho de instituir la realidad como una especie de seguro de vida o de concesión perpetua, como una especie de derecho del hombre o un bien de consumo corriente. Pero sobre todo empujando a la gente a poner únicamente su esperanza en las pruebas visibles de su existencia: al atribuirles este realismo chato, se les toma por ingenuos y por débiles mentales. Hay que decir en descargo de los propagandistas de la realidad que este desprecio comienzan a ejercerlo sobre sí mismos, reduciendo su propia vida a una acumulación de hechos y pruebas, de causas y efectos.

Un resentimiento cómo es debido comienza siempre por uno mismo.

Si decís: Esto es real, el mundo es real, lo real existe (yo lo he encontrado), nadie ríe. Si decís: Esto es un simulacro, no somos más que un simulacro, esta guerra es un simulacro, todos se parten de risa. Con una risa de conejo y condescendiente, o convulsiva, como ante una broma pueril o una proposición obscena. Todo lo que se refiere al simulacro es tabú u obsceno, al igualque lo que se refiere al sexo o a la muerte. Sin embargo, lo que es obsceno es más bien la realidad y la evidencia. La verdad es lo que tendría que darnos risa. Cabe imaginar una cultura en la que todos rían espontáneamente cuando alguien dice: Esto es verdad, esto es real.

Todo esto define la relación insoluble del pensamiento y lo real. Hay una forma de pensamiento solidaria con lo real. Parte de la hipótesis de que existe una referencia a la idea y una ideación posible de la realidad. Polaridad reconfortante, que es la de las soluciones dialécticas y filosóficas a medida. La otra forma de pensamiento es externa a lo real, extraña a la dialéctica, extraña incluso al pensamiento crítico. Ni siquiera es una denegación del concepto de realidad.

Es ilusión, poder de ilusión, es decir, un juego con la realidad, de la misma manera que la seducción es un juego con el deseo, o la metáfora un juego con la verdad. Este pensamiento radical no ha surgido de una duda filosófica, ni de una transferencia utópica ni de una trascendencia ideal.

Es la ilusión material, inmanente a este mundo llamado «real». De repente parece venir de otro lugar. Parece la extrapolación de este mundo en otro mundo.

De todos modos, existe una incompatibilidad entre el pensamiento y lo real. No hay entre ambos ningún tipo de transición necesaria o natural. Ni alternancia, ni alternativa: sólo la alteridad y la distancia los mantienen bajo tensión. Eso es lo que asegura al pensamiento su singularidad, aquello que lo hace único, como es única la singularidad del mundo.

Es indudable que no siempre ha sido así. Cabe pensar en una conjunción afortunada de la idea y la realidad, a la sombra de la Ilustración y de la modernidad, en los tiempos heroicos del pensamiento crítico. Pero éste, que se ejercía contra una determinada ilusión, supersticiosa, religiosa o ideológica, ha terminado en sustancia. Aunque hubiera conseguido sobrevivir a su secularización catastrófica en todas las políticas del siglo XX, esta relación ideal, y aparentemente necesaria, entre el concepto y la realidad se vería de todos modos actualmente destruida. Se ha disuelto bajo la presión de una simulación gigantesca, técnica y mental, en favor de una autonomía de lo virtual, liberada ahora de lo real, y de una autonomía simultánea de lo real que vemos funcionar por sí misma en una perspectiva delirante, es decir, autorreferencial al infinito.

Expulsado en cierto modo de su propio principio, desterrado, lo real se ha convertido en un fenómeno extremo. O sea que ya no es posible pensarlo como real, sino como desorbitado, como visto desde otro mundo, como ilusión. Pensemos en la experiencia sorprendente que sería el
descubrimiento de otro mundo real como el nuestro. Descubrimos la objetividad de nuestro mundo más o menos al mismo tiempo que América. Ahora bien, no se puede ya inventar lo que se ha descubierto. Así es como hemos descubierto la realidad, que queda por inventar (así es
como hemos inventado la realidad, que queda por descubrir).
¿Por qué no tiene que haber tantos mundos reales como mundos imaginarios? ¿Por qué un solo mundo real, por qué semejante excepción? A decir verdad, el mundo real, entre todos los mundos posibles, es impensable salvo como superstición peligrosa. Debemos distanciarnos de él de la misma manera que el pensamiento crítico se distanció hace tiempo (¡en nombre de lo
real!) de la superstición religiosa. ¡Pensadores, un esfuerzo más!
De todos modos, los dos órdenes de pensamiento son irreconciliables. Cada uno de ellos sigue su curso sin confundirse, como máximo se deslizan el uno sobre el otro como placas tectónicas, y de vez en cuando su colisión o su subducción crean líneas de falla en las que la realidad
se abisma. La fatalidad siempre está en el cruce de estas dos líneas de fuerza. De igual manera, pensamiento radical se halla en el cruce violento del sentido y el sinsentido, de la verdad y la noverdad, la continuidad del mundo y la continuidad de la nada.

Contrariamente al discurso de lo real, que apuesta a que hay algo más que la nada, y se pretende basado en la garantía de un mundo objetivo y descifrable, el pensamiento radical, por su parte, apuesta en favor de la ilusión del mundo. Se pretende ilusión devolviendo la no veracidad
de los hechos, la no-significación del mundo, formulando la hipótesis opuesta de que no hay nada en lugar de algo, y persiguiendo esta nada que corre bajo la aparente continuidad del sentido.

La predicción radical siempre es la de la no-realidad de los hechos, la de la ilusión del estado de hecho. Sólo comienza con el presentimiento de esta ilusión, y jamás se confunde con el estado objetivo de las cosas. Cualquier confusión de este tipo es semejante a la del mensajero con
su mensaje, que provoca la eliminación del mensajero portador de malas noticias (por ejemplo, la de la incertidumbre de lo real, la del sobreseimiento de determinados acontecimientos, la de la nulidad de nuestros valores).

Toda confusión del pensamiento con el orden de lo real -esta supuesta «fidelidad» a lo real de un pensamiento que lo ha inventado de pies a cabeza- es alucinatoria. Obedece, además, a un contrasentido total sobre el lenguaje, el cual es ilusión en su movimiento mismo, ya que es
portador de la continuidad del vacío, de la continuidad de la nada en el corazón mismo de lo que dice, ya que es, en su misma materialidad, deconstrucción de lo que significa. De la misma manera que la fotografía connota la desaparición y la muerte de lo que representa, lo cual le
otorga su intensidad, también lo que origina la intensidad de la escritura, trátese de ficción o de teoría, es el vacío, la nada en filigrana, es la ilusión del sentido, es la dimensión irónica del lenguaje,
correlativa a la de los propios hechos, que jamás son lo que son.

Literalmente: jamás son más de lo que son, y jamás son solamente lo que son. La ironía de los hechos, en su miserable realidad, es precisamente que no son más que lo que son, pero que por ese mismo hecho están
necesariamente más allá. Pues la existencia de hecho es imposible; nada es de una evidencia total sin llegar a ser enigmático. La propia realidad es demasiado evidente para ser verdadera.

Esta transfiguración irónica es lo que constituye el acontecimiento del lenguaje. Y el pensamiento debe dedicarse a restituir esta ilusión fundamental del mundo y del lenguaje, a no ser que entienda estúpidamente los conceptos en su literalidad -mensajero confundido con el mensaje,
lenguaje confundido con su sentido, y por tanto sacrificado de antemano.
La exigencia del pensamiento es doble y contradictorias. No consiste en analizar el mundo para sacar de él una verdad improbable. Tampoco consiste en adaptar a los hechos para abstraer de ellos alguna construcción lógica. Consiste en instaurar una forma, una matriz de ilusión y de desilusión, que la realidad seducida cabe por alimentar de manera espontánea, y que por
tanto se verifique implacablemente (basta sólo con mover de vez en cuando un poco el objetivo).

Ya que la realidad no pide otra cosa que someterse a las hipótesis, las comprueba todas, ahí está, además, su astucia y su venganza.
El ideal teórico seria instalar unas proposiciones tales que pudieran ser desmentidas porla realidad y que ésta no tuviera más remedio que oponerse a ellas violentamente, y gracias a ello desenmascararse, pues la realidad es una ilusión, y cualquier pensamiento debe intentar fundamentalmente desenmascararla. Para ello, tiene que avanzar enmascarada y presentarse
como señuelo, sin consideraciones con su propia verdad. Tiene que poner su orgullo en no ser un instrumento de análisis, en no ser un instrumento crítico, ya que es el propio mundo el que debe analizarse. El propio mundo debe revelarse no como verdad, sino como ilusión. La desrealización
del mundo será obra del propio mundo.

Hay que pillar en la trampa a la realidad, y correr más que ella. También la idea tiene que correr más que su sombra. Pero si corre demasiado, llega a perder su sombra. No tener nisombra de una idea... Las palabras corren más que el sentido, pero si corren demasiado es la locura: la elipsis del sentido puede hacer perder incluso el gusto del signo. ¿Con qué intercambiar esta parte de sombra y de trabajo, esta parte de economía intelectual y de paciencia, a cambio de qué venderla al diablo? Es muy difícil de decir. De hecho, somos los huérfanos de una realidad llegada demasiado tarde, y que no es más, igual que la verdad, qué una verificación
retrasada.

El acabóse es que una idea desaparezca como idea para convertirse en una cosa entre lascosas. Ahí es donde encuentra su conclusión. Al haberse hecho consustancial al mundo que la rodea, ya no tiene por qué aparecer, ni ser defendida como tal. Evanescencia de la idea por diseminación
silenciosa. Una idea jamás está destinada a estallar, sino a apagarse en el mundo, en su transparentarse al mundo, y en el transparentarle del mundo en ella. Un libro sólo se detiene con la desaparición de su objeto. Su sustancia no debe dejar huellas. Es el equivalente de un crimen.
Sea cual sea su objeto, la escritura debe dejar irradiar su ilusión y convertirla en un enigma inaprehensible, inadmisible para los realpolíticos del concepto. El objetivo de la escritura consiste
en alterar su objeto, seducirlo, hacerlo desaparecer ante sus propios ojos. Apunta a una resolución total, resolución poética según Saussure, la misma de la dispersión rigurosa del nombre de Dios.

Contrariamente a lo que suele afirmarse (lo real es lo que resiste, aquello en lo que se estrellan todas las hipótesis), la realidad no es muy sólida, y parece más bien dispuesta a replegarse en desorden. Trozos enteros de la realidad se desploman, como en el hundimiento de la Baliverna
de Buzzatti, donde la menor resquebrajadura provoca una reacción en cadena. Por todas partes encontramos sus vestigios descompuestos, como en el Mapa y el Territorio de Borges.

No sólo ya no ofrece resistencia a los que la denuncian, sino que se oculta incluso ante los que la defienden. Quizá sea una manera de vengarse de sus celadores: devolviéndolos a su propio deseo. A fin de cuentas, quizá sea más una esfinge que una perra.

Más sutilmente, se venga de los que la niegan, dándoles paradójicamente la razón. Cuando se comprueba la hipótesis más cínica, la más provocadora, nos sentimos víctimas de una mala pasada, desarmados ante la lamentable confirmación de nuestras sospechas por una realidad sin escrúpulos;
De modo que adelantamos la idea de simulacro, sin que creamos realmente en ella, confiando incluso en que lo real la refuté (garantía de cientificidad según Popper).

Desgraciadamente, sólo los fanáticos de la realidad reaccionan, ella, por su parte, no parece querer desmentirnos, muy al contrario: todos los simulacros encuentran vía libre. Después de haber hurtado su idea, se adorna ahora con toda la retórica de la simulación. Actualmente es
el simulacro lo que asegura la continuidad de lo real, lo que oculta no la verdad, sino el hecho de que no exista, es decir, la continuidad de la nada.

Ésta es la paradoja de cualquier pensamiento que tache de falso lo real: cuando se vearrebatar su propio concepto. Los acontecimientos, privados de sentido en si mismos, nos robanel sentido. Se adaptan a las hipótesis más fantásticas, igual que las especies naturales y los virusse adaptan a los entornos más hostiles. Tienen una capacidad mimética extraordinaria: ya no son las teorías las que se adaptan a los acontecimientos, sino al contrario. De esta manera, nos engañan,pues una teoría que se comprueba ya no es una teoría. Terrorífico ver cómo la idea coincidecon la realidad. Es la agonía del concepto. La epifanía de lo real es el crepúsculo de su concepto.
Hemos perdido el adelanto de las ideas sobre el mundo, la distancia que hace que una idea siga siendo una idea. El pensamiento debe ser excepcional, anticipador y estar al margen, debe ser la sombra proyectada de los acontecimientos futuros. Ahora bien, hoy vamos a la zaga
de los acontecimientos. A veces puede darnos la impresión de que regresan, en la práctica hace mucho que nos han dejado atrás. El desorden simulado de las cosas ha corrido mucho más que nosotros. El efecto de realidad se ha borrado ante la aceleración: anamorfosis de la velocidad.

Los acontecimientos, tal como son, jamás llevan retraso respecto a sí mismos, siempre más allá de su sentido. De ahí el retraso de la interpretación, que sólo es la figura retrospectiva del acontecimiento
imprevisible.
¿Qué hacer entonces? ¿Qué ocurre con la heterogeneidad del pensamiento en un mundo convertido a las hipótesis más delirantes? ¿Cuando todo se adecua al modelo irónico, crítico, alternativo, catastrófico -más allá incluso de las esperanzas?

Pues bien, es el paraíso: estamos más allá del Juicio Final, en la inmortalidad, lo importante es sobrevivir allí, pues allí terminan la ironía, el desafío, la anticipación, el maleficio, tan inexorablemente como la esperanza a las puertas del infierno. De hecho, allí es donde comienza el infierno, el infierno de la realización incondicional de todas las ideas, el infierno de lo real. Se entiende (Adorno) que los conceptos prefieran zozobrar antes que llegar allí.

Nos han robado otra cosa: la indiferencia. El poder de la indiferencia, que es la cualidad del espíritu, por oposición al juego de las diferencias, que es la característica del mundo. Ahora bien, nos ha sido robada por un mundo que se ha vuelto indiferente, de igual manera que la extravagancia del pensamiento nos ha sido robada por un mundo extravagante. Cuando las cosas y los acontecimientos remiten unos a otros y a su concepto indiferenciado, la equivalencia del mundo encuentra y anula la indiferencia del pensamiento; y es el tedio. Ya no hay altercados
ni envites. Es el reparto de las aguas estancadas.

¡Qué hermosa era la indiferencia en un mundo que no lo era, en un mundo diferente, convulsivo y contradictorio, con envites y pasiones! De repente, la propia indiferencia se convertía en un envite y una pasión. Podía adelantarse a la indiferencia del mundo y convertir en acontecimiento esta anticipación. Hoy es difícil ser más indiferente a su realidad de lo que lo son los propios hechos, más indiferente a su sentido de lo que lo son las imágenes. Nuestro mundo operativo es un mundo apático. Ahora bien ¿de qué sirve ser desapasionado en un mundo sin pasión, o desenvuelto en un mundo desasumido?

No hay por qué defender el pensamiento radical. Cualquier idea defendida se presume culpable, y cualquier idea que no se defiende, por sí sola merece desaparecer. Por el contrario, hay que luchar contra cualquier acusación de irresponsabilidad, de nihilismo o de desesperación.

El pensamiento radical jamás es depresivo. En ese punto, el contrasentido es total. La crítica ideológica y moralista, obsesionada por el sentido y el contenido, obsesionada por la finalidad política del discurso, jamás toma en consideración la escritura, el acto de escribir, la fuerza poética, irónica, alusiva, del lenguaje, del juego con el sentido. No ve que la resolución del sentido está allí, en la forma misma, en la materialidad formal de la expresión.

El sentido, por su parte, siempre es desdichado. El análisis es por definición desdichado, ya que ha nacido de la desilusión crítica. Pero la lengua, en cambio, es dichosa, incluso cuando designa un mundo sin ilusión y sin esperanza. Podría ser incluso la definición dé un pensamiento radical: una forma feliz y una inteligencia sin esperanza.
Los críticos, al ser desdichados por naturaleza, eligen siempre las ideas como campo de batalla. No ven que si bien el discurso tiende siempre a producir sentido, la lengua y la escritura; por su parte, crean siempre ilusión, son la ilusión viviente del sentido, la resolución de la desdicha del sentido por la dicha de la lengua. Lo cual es exactamente el único acto político, o transpolítico, que puede realizar el que escribe.

Todos tenemos ideas, y más de las que necesitamos. Lo que importa es la singularidad poética del análisis. Sólo eso puede justificar la escritura, y no la miserable objetividad crítica de las ideas. Jamás habrá solución a la contradicción de las ideas, si no es en la energía y la dicha de
la lengua. «Yo no pinto la tristeza y la soledad», dijo Hopper, «sólo intento pintar la luz en esta pared.»

En cualquier caso, es mejor un análisis desesperante en una lengua afortunada que un análisis optimista en una lengua desdichada, desesperante de aburrimiento y desmoralizador de banalidad, como suele ocurrir casi siempre. El tedio formal que segrega este pensamiento idealista y voluntarista es el signo secreto de su desesperación, en relación con el mundo y en relación con su propio discurso. Ahí está el auténtico pensamiento depresivo, en aquellos que sólo hablan de superación y de transformación del mundo, cuando son incapaces de transfigurar su
propia lengua.

El pensamiento radical es ajeno a cualquier resolución del mundo en el sentido de una realidad objetiva y de su desciframiento. No descifra. Anagramatiza, dispersa los conceptos y lasideas, y, mediante su encadenamiento reversible, explica, al mismo tiempo que el sentido, la ilusión fundamental del sentido. El lenguaje explica la ilusión misma del lenguaje como estratagema definitiva, y, a través de él, la ilusión del mundo como trampa infinita, como seducción del espíritu, como sutilización de todas nuestras facultades mentales. Sin dejar de ser vector de sentido, es al mismo tiempo superconductor de la ilusión y del sinsentido. El lenguaje sólo es el cómplice involuntario de la comunicación; por su propia forma, recurre a la imaginación espiritual y material de los sonidos y del ritmo, a la dispersión del sentido en el acontecimiento de la
lengua. Esta pasión por el artificio, esta pasión por la ilusión, es la pasión por deshacer la excesivamente bella constelación del sentido. Y dejar transparentar la impostura del mundo, que es su función enigmática, y la mistificación del mundo, que es su secreto. Sin dejar de transparentar su propia impostura; impostor, y no componedor de sentido. Esta pasión le arrastra en la utilización libre y espiritual del lenguaje, en el juego espiritual de la escritura. Allí donde no se ha tomado en consideración este artificio, no sólo se ha perdido el encanto, sino que el propio sentido ya no puede ser resuelto.

Cifrar, no descifrar. Trabajar la ilusión. Ilusionar, para que se produzca el acontecimiento.

Convertir en enigmático lo que es claro, en ininteligible lo que es demasiado inteligible, ilegible el acontecimiento mismo. Acentuar la falsa transparencia del mundo para sembrar en él una confusión terrorista, los gérmenes o los virus de una ilusión radical, o sea de una desilusión radical de lo real. Pensamiento viral, deletéreo, corruptor de sentido, generador de una percepción erótica de la turbación de la realidad.

Promover un comercio clandestino de las ideas, de todas las ideas inadmisibles, de las ideas inconquistables, como había que promover el del alcohol en los años treinta. Porque ya nos hallamos en plena prohibición. El pensamiento se ha convertido en un producto extremadamente escaso, prohibido y prohibitivo, que debe ser cultivado en lugares secretos, siguiendo reglas esotéricas.

Todo debe ocurrir clandestinamente. El mercado oficial del pensamiento será considerado universalmente corrompido y cómplice de la prohibición del pensamiento por la clerecía dominante. Cualquier intervención de intelectuales críticos, iluminados y bien-pensantes, todos ellos politicamente y correctos, aun sin saberlo, será considerada nula y vergonzosa.

Borrar en sí cualquier huella de complot intelectual. Hurtar el informe realidad para borrar sus conclusiones. De hecho, es la misma realidad la que fomenta su propia denegación, su propia pérdida a través de nuestra escasez de realidad. De ahí la sensación de que toda esta historia-el mundo, el pensamiento, el lenguaje- ha llegado de fuera y podría desaparecer como porarte de magia. Pues el mundo no intenta seguir existiendo, ni perseverar en la existencia. Busca,por el contrario, el medio más espiritual de escapar a la realidad. Busca, a través del pensamiento,lo que puede llevarlo a su pérdida.

La regla absoluta es devolver lo que se te ha dado. Nunca menos, siempre más. La regla absoluta del pensamiento es devolver el mundo tal como nos ha sido dado -ininteligible- y si es posible un poco más ininteligible.


Jean Baudrillard
El Crimen Perfecto

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