Movimiento Intersexual Radical y Libertad Femenina

Entendida la liberación humana no sólo en un sentido económico, social, político y cultural, sino también como una transformación estrecha e ineludiblemente ligada a la liberación de la opresión sexual y emocional que agobia al ser humano, es necesario plantearse entonces la búsqueda de una alianza histórica y estratégica entre las mujeres dispuestas a luchar por su liberación (y por la emancipación de la humanidad en su conjunto) y otros sectores claves. Una integración de fuerzas que las lleve a luchar junto a los homosexuales radicales y los integrantes de otras minorías también oprimidas, repudiadas, explotadas o discriminadas por la dominación actual.

Las preguntas que surgirían respecto a los homosexuales de hoy son: ¿tiene sentido para ellos -a estas alturas y dados los niveles de tolerancia alcanzados- plantearse o replantearse una lucha homosexual radical? ¿con qué objetivos? ¿estarían todavía interesados o necesitados los homosexuales en su conjunto lograr una reivindicación, un respeto, una dignificación que lucirían ahora como unos objetivos alcanzados, superfluos o irrelevantes? ¿tiene sentido para ellos -en tanto que homosexuales- el cuestionamiento radical del orden social imperante? Contextualizando históricamente una respuesta a estas interrogantes debemos recordar que los medios ideológicos para pensar la homosexualidad están ligados al capitalismo occidental avanzado pero no de un modo mecánico.

Se trata de una reterritorialización perversa dentro de un mundo que tiende a la desterritorialización, pues lo que reconstituye de manera axiomática, pretende reemplazar (sustituir o reforzar) codificaciones en quiebra. Se pasa de las llamas del infierno o del encierro carcelario de los “pervertidos” a la auto-condena del infierno psicológico. Es así como, en el terreno político, desde la derecha más conservadora hasta la izquierda más “socialista” incluyendo a los partidos y grupos que se declaran comunistas, observamos que estas organizaciones pueden ser perfectamente familiaristas e incluso veladamente o privadamente anti-homosexuales, pues sólo un manto de aparente o disimulada tolerancia les impide expresarlo abiertamente.

Pero, recordemos también que históricamente la imposición de la monogamia falocrática y de la obligada fidelidad femenina, implicaron la expropiación y la des-sexualización del cuerpo de la mujer, y posteriormente -a la larga y ligada a ella- la criminalización o patologización de la homosexualidad como una forma de negar o asfixiar el deseo de unas y de otros. El tratamiento dado a la libertad y la dignidad de ambos conjuntos humanos, son expresiones visibles de una normalización heterosexual, androcéntrica, misógina y edípica de la sexualidad masculina y femenina. La homofobia y el androcentrismo misógino constituyen dos formas de opresión sexual falócratas por definición. Tanto la mujer como el homosexual son degradados, discriminados, despreciados, humillados y muchas veces martirizados por la sociedad patriarcal, homofóbica, sexista, racista, clasista y expoliadora.

El adulterio, la prostitución y la homosexualidad fueron originalmente diseñadas como categorías psico-delictivas, construcciones ideológicas -social, cultural e históricamente determinadas- definidas como perversiones, pecados o delitos objeto de reprobación, persecución y castigo. Posteriormente el pensamiento pasudo-científico de la psiquiatría, en el caso de la homosexualidad (también la nifomanía, la satiriasis y la erotomanía) transformó -como veremos- la intolerancia bárbara en intolerancia civilizada. Modernamente las antiguas perversiones pasaron a convertirse -casi todas- en patologías.

Sin embargo, desde hace varias décadas se bate en retirada pero no termina de desaparecer, una homofobia en su momento disfrazada de ciencia médica (psiquiatría y psicoanálisis) y ello porque la sexualidad y más concretamente, la homosexualidad que reprimen o que subliman, resurge por todos los poros del cuerpo social (no obstante que se habían multiplicado las barreras de la represión), una represión que se mostraba cada vez más ineficaz por estar inconscientemente encadenada al deseo que pretendía exterminar. Sin embargo, la tolerancia y los derechos de los homosexuales se han venido abriendo paso hasta convertir la homosexualidad en una opción políticamente correcta, absorbiendo o anulando el carácter subversivo y radical de la lucha homosexual revolucionaria.

Quizás obnubilados, impactados o abrumados por la intolerancia existente a mediados del siglo pasado, luchadores a favor de los derechos de los homosexuales supusieron que si la homosexualidad llegaba a obtener un mínimo de aceptación, se plantearía inmediatamente la abolición de la familia y la desaparición de la pareja heterosexual, bases fundamentales de la sociedad occidental. No se imaginaron nunca que ocurriría precisamente lo contrario, en el sentido de que el avance de los derechos de los homosexuales y la tolerancia conducirían a que los “valores” de la familia, el matrimonio y la monogamia invadirían la vida homosexual ahora normativizada a semejanza (o caricatura) de la pareja heterosexual.

Es por ello que el talante social, el tono sexual actual de la homosexualidad (especialmente la masculina, devenida hoy en un hedonismo totalmente atrapado, comercializado y asimilado por el capitalismo y su mercado) nos dice poco de un verdadero avance de la lucha deseante social y de la liberación de la enjaulada sexualidad humana, objetivos que constituyen la esencia del movimiento homosexual radical. La trampa tendida al deseo sigue allí. La tiende la represión social que logra proscribir con suficiente fuerza para crear, a la vuelta de la esquina, la revalorización o desvalorización del deseo sobre lo supuestamente permitido, para dar el gusto de la trasgresión a aquellos a quienes importa poco la prohibición. Muchos homosexuales se atreven a salir del armario pero los suicidios de jóvenes afectivamente acosados a causa de su opción sexual no han desaparecido.

El grupo formado por ciudadanos, por individuos civilizados, el grupo fálico y jerarquizado, es sometido y constantemente somete. Obedece y hace obedecer a las instituciones del “establecimiento” de las cuales toma o retoma los “valores” en la medida en que cada individuo, sabiéndose mortal, se siente débil ante las instituciones que estima inmortales. La organización de los contestatarios, es decir, el grupo radical consciente y organizado, por su parte, se siente y efectivamente es más fuerte que la muerte, porque sus integrantes saben o tienen conciencia de que las instituciones son mortales, transitorias respecto a perdurabilidad de la humanidad. Por el contrario los partidos domesticados (de derecha e izquierda) subsisten como grupos-objeto, sometidos incluso después de una eventual “toma del poder” en la medida en que ese poder remite a una potencia en la que sigue avasallándose y aplastándose la producción deseante.

Sin embargo, no hay que olvidar -por el contrario hay que insistir en ello- que el repudio a los homosexuales, la homofobia, la represión anti-homosexual es en si misma una expresión desviada del deseo homosexual auto-reprimido. Según el mismo Freud, la paranoia está ligada a la represión del comportamiento homosexual de la libido. El deseo -expulsado del yo- vuelve a la conciencia como la percepción de una manía persecutoria a través de los objetos de su predilección inconsciente. La homosexualidad insuficientemente reprimida resurge en forma de paranoia como una manifestación deformada del atractivo por su propio sexo. Pero podríamos preguntarnos ¿son sólo los homosexuales las exclusivas víctimas de la homofobia y de la represión que le sirve de sustentación?

No. También lo somos nosotros, los normales, los hombres heteronormativizados, los masculinizados por el super yo edípico. Somos nosotros los que tenemos miedo, los que estamos atrapados en una psicosis, los que nos neurotizamos, los que estamos presos en el miedo a una sexualidad plena y desprejuiciada, limitados por las barreras que encadenan el deseo y castran nuestra sexualidad férreamente confinada, bajo formas invisibles pero eficaces, en el ámbito tradicional de la pareja heterosexual y la familia monogámica. Las llamadas desviaciones sexuales tienen en si mismas el valor de no aceptar -o negarse a reproducir- los roles que la opresión heterosexual ha impuesto y que sólo existen respecto a esa normatividad histórica, social, cultural y jurídicamente determinada.

En este sentido, es de observar que el carácter histórico, socialmente condicionado e ideológicamente impuesto de la sexualidad humana, hace necesaria una crítica radical de la actual sociedad falocrática, sexista, clasista, racista, misógina y androcéntrica. Una crítica que tome en consideración la sexualidad como un motor central de la producción económica. En el entendido que una crítica radical y profunda se encaminará necesariamente hacia la construcción de una teoría a partir de la cual se cuestione la hetero-normatividad impuesta a través de la familia y la escuela, erigida esta última en espacio performativo donde el cuerpo del niño y de la niña ensaya o pone a prueba modelos discursivos estéticos y bio-políticos de normalidad o de desviación de género.

Y, es obvio que el cuestionamiento de la hetero-normatividad y de la sexualidad falocrática es una opción políticamente subversiva. Por eso la lucha homosexual radical estará estrechamente vinculada (en su fundamentación y en sus consecuencias anticapitalistas) a las luchas de la mujer por su liberación, ya que la sexualidad ha dejado de ser una cuestión secundaria o periférica a la crítica del orden social dominante, para convertirse en una piedra de toque que permite diagnosticar los procesos de domesticación y cosificación que necesita el capitalismo globalizado para perpetuarse. La opción política sexualmente radical de las mujeres y de los diferentes tipos de “pervertidos” conforma modelos de resistencia y recodificación de los flujos del saber/poder que les convierte en opciones verdaderamente revolucionarias.

Planteada así la liberación ¿no implicaría la necesidad de la unificación de los esfuerzos, la búsqueda de aliados que procuren la integración de las luchas radicales de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, transvestis, trabajadoras y trabajadores sexuales, al lado de adúlteros consuetudinarios, amantes clandestinos, concubinas y concubinos; hombres y mujeres promiscuos o partidarios del amor libre, para que cada unos desde su propia y particular necesidad, entiendan la necesidad de luchar por la más absoluta libertad, por la plena soberanía de cada individuo, sobre su cuerpo y su sexualidad, sobre su deseo tal y como este se manifieste, sin otra limitación u obstáculo que los derechos, la libertad y la dignidad de nuestros semejantes.

Llegados a este punto y admitiendo que la liberación la humanidad, la reivindicación o revalorización integral de lo humano, reclama, además de una ruptura de las cadenas económicas y sociales (es decir, la superación de las contradicciones que nos mantienen entrampados en una egoísta e insensata manera de satisfacer nuestras necesidades materiales) reclama también, simultáneamente, una liberación emocional, una emancipación sexual, una liberación libidinal, en otras palabras, una emancipación respecto al Deseo polívoco y polimorfo, lo que reclamaría como necesaria una desgenitalización de la sexualidad reducida a la penetración pene-vagina.

Todo ello herá necesario poner en marcha un audaz proceso de desjerarquización y descentralización fálica que permita la recuperación o reconquista de una sexualidad integral, mediante las cuales se alcance la desterritorialización del cuerpo humano para que toda la piel -velluda o lampiña-, la boca, el ano y todos los oriificios, conjuntamente con los pezones, el clítoris, la lengua, los dedos, el pene y todas las protuberancias (tanto bio como tecnoprótesis) sean recuperadas o aceptadas para el disfrute sexual holístico e integral, rompiendo así los compartimientos estancos, las trampas tendidas al deseo por toda norma independientemente de que sea dictada por la hétero, la homo o la bisexualidad. Podríamos de esta manera, encaminarnos a una plena intersexualidad que abra las compuertas: a la conexión no jerárquica de los órganos; a la redistribución pública del placer y a la liberación sexual de la totalidad del cuerpo humano.

La lucha organizada y la alianza de movimientos de liberación femenina, al lado de grupos radicales de gays, lesbianas, trans y otros “pervertidos” en la medida en que se planteen la liberación y la dignificación del deseo en todas sus formas o manifestaciones, aceptarán que necesitan apoyar o reafirmar el carácter universal de la bisexualidad humana en el sentido freudiano. Una lucha en estos términos y con estos objetivos se da de la mano con los movimientos de quienes estamos dispuestos a luchar y efectivamente luchamos por la emancipación política, económica y social de todo el género humano. ´

En efecto, la liberación del deseo como objetivo de un movimiento intersexual radical, plantearía la supresión de la jerarquía fálica que se traduce concretamente en la negación del poder y en la reafirmación y la liberación del querer. Un grupo homosexual radical puede ser verdaderamente revolucionario en la medida en que irrenunciablemente haga penetrar el deseo en el campo de lo social.

José Manuel Hermoso

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