La Toma


Toda una experiencia: Pasé toda la noche en un ayayay. Me quejaba, una queja milenaria, y llamaba a Dios, Dios, Dios, Dios. Hubo momentos en que le pedía a Dios que me dejara. Pensaba que iba a morir, apenas respiraba. Padecí la madrugada, manta de por medio, sobre la Pachamama. Me vacié, "limpie", en la jerga, dicen que es una muerte y su renacer, estoy bebecita.

En cierto momento sentí que tenía dolores de parto y que entre todos estábamos pariendo un mundo. Yo temía, en el delirio, que fuese un engendro,  un mundo en guerra, que para evitarlo, debíamos estar conscientes del proceso, para parir un mundo más humano y no dar lugar al apocalipsis y por eso llamaba a Dios, el Dios que hay dentro de cada uno de nosotros.

Solo invocando a ese Dios nos salvaremos. Había mucha gente, unas sesenta personas. Fue doloroso, triste y hermoso a la vez. Aunque la mayoría estaba más  pendiente de pasar un buen momento, que de hacer el trabajo. Hubo instantes en que estuve con Dios, mi madre y otros espíritus, todos a la vez clamando, llamando, implorando. En mi mente y afuera, subía el tono. Pues me pidieron que bajara el volumen. Pedí disculpas y musité  un rato, para luego, caer  en el trance  y comenzar a berrear alto y al darme cuenta, pedir disculpas, y bajar la voz. Y así una y otra vez.. No sentía angustia por salir de la situación porque sabía que  antes del amanecer se me pasaría el efecto y padecí con paciencia.


También, en medio de la toma, recordé que cuando fui a meditar por primera vez, la noche inicial, me desperté llamando a Dios: A gritos, pues un diablo estaba acostado sobre mi espalda y Dios era el Único que podía salvarme. Esa vez llegue a la conclusión: DEbido a que mi abuelo era ULTRA católico, acérrimo;  una parte de mi, llamémosle genética,  se resistía al ritual heterodoxo al que me sometí por diez días.  Aunque me asusté, logré la meta. Igual con el Yagé, lo que realmente me impidió disfrutar de la “pinta” ( a la cual accedí por instantes) como le llaman a la “tripa” , fue mi conciencia Judeo-Cristiana, con su Dios, espíritus , utopías y finales de mundo. Y por eso también le pedí a Dios que me soltara, que apartara de mi su cáliz “de vino tinto de sangre”, todo esa culpa que me aqueja, todo su dolor milenarista. En ese momento me sobé una mano con la otra y me dije: pobrecita Julie. Y  Pasé un buen rato consolándome. 

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