El cuerpo a cuerpo con la madre Luce Irigaray
Como
me confesaba no hace mucho un amigo particularmente "honesto",
no sin sorprenderse de su propio descubrimiento : "Es cierto,
siempre he pensado que todas las mujeres estaban locas ." Y
añadió : "Sin duda así pretendía soslayar el tema de mi
propia locura ." Así se plantea efectivamente la cuestión .
Cada sexo tiene relación con la locura. Todo deseo tiene relación
con la locura . Pero, aparentemente, un deseo se ha tomado a sí
mismo como sabiduría, mesura y verdad, dejando al otro sexo el peso
de una locura que él mismo no quería ver ni llevar .
En
cualquier caso, esta ausencia constituye, por sí sola, una
explicación de la locura de las mujeres : su palabra no se oye.
A
través de todo esto, lo que debemos hacer (pero no se trata de hacer
lo uno antes que lo otro) es descubrir nuestra identidad sexual, es
decir, la singularidad de nuestro autoerotismo, de nuestro
narcisismo, la singularidad de nuestra homosexualidad . Sin olvidar
que las mujeres, dado que el primer cuerpo con el cual tienen
contacto, el primer amor con el que tienen contacto es un amor
maternal, es un cuerpo de mujer, las mujeres, digo, mantienen siempre
-a menos que renuncien a su deseo- una cierta relación arcaica y
primaria con lo que se denomina homosexualidad . En tanto que los
hombres, normalmente, se situarían siempre en la heterosexualidad,
puesto que su primer objeto de amor y
de
deseo es un cuerpo de mujer. Para las mujeres, la primera relación
de deseo y de amor va dirigida al cuerpo de una mujer . Y cuando la
teoría analítica dice que la niña debe renunciar al amor de y
hacia su madre, al deseo de y hacia su madre, a fin de acceder al
deseo del padre, está sometiendo a la mujer a una heterosexualidad
normativa, corriente en nuestras sociedades, pero completamente
patógena y patológica . Ni la niña ni la mujer deben renunciar al
amor a su madre .
En
todas partes, también y to-davía, y quisiera acabar con este punto,
dentro de la santa Iglesia
católica
cuyo sumo sacerdote considera apropiado volver-nos a prohibir, hoy
en día, los anticonceptivos, el aborto, la homo-sexualidad, las
relaciones extraconyugales, etc. Entonces, cuando ese ministro de
Dios únicamente, del Dios-Padre, pronuncie las palabras eucarísticas
: "Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre", según el rito
canibalístico que ha sido secularmente el nuestro, tal vez podríamos
recordarle que él no estaría allí si nuestro cuerpo y nuestra
sangre no le hubieran dado vida . Y que es a nosotras, a las
mujeres-madres, a quienes está ofreciendo como alimento cuando así
procede.
Pero
esto no debe saberse . Por esto las mujeres no pueden celebrar la
Eucaristía . Parte de la verdad que se oculta tras ella quedaría
brutalmente desenmascarada .
No
esperemos, cual bellas durmientes del bosque, que llegue el príncipe
encantado para despertarnos, ni que el dios-falo nos conceda su
gracia . El dios-falo, sí, pues si "Dios ha muerto", el
falo sigue bien
vivo .
Intentemos
descubrir también la singularidad de nuestro amor hacia otras
mujeres. Lo que podríamos llamar (pero no me gustan estas
palabras-etiqueta) entre muchas comillas "`homosexualidad secun-
daria"""
. Con ello intento designar simplemente una diferencia entre el amor
arcaico a la madre y el amor hacia las otras mujeres-hermanas . Este
amor es necesario para no seguir siendo servidoras del culto fálico,
u objetos de uso y de intercambio entre los hombres, objetos rivales
en el mercado, situación en la que nos han puesto a todas.
Por
tanto, es deseable, para nosotras, que hablemos durante el
intercambio amoroso . Y también es importante que hablemos mientras
alimentamos a una criatura, para que no viva esa alimentación como
atiborramiento
violento, como violación . Es importante hablar mientras acariciamos
otro cuerpo . El silencio es tanto más vivo cuando existe la
palabra. No nos dejemos convertir en las guardianas del mutismo, de
un mutismo de muerte .
Lo que
ellas dicen no tiene derecho de ciudadanía en la elaboración de los
diag-nósticos, de las decisiones terapéuticas que las afectan . Los
discursos y prácticas científicas serias siguen siendo privilegio
de los hombres . Como la gestión de lo político en general y de lo
más privado de nues-tras vidas de mujeres . En todas partes, en
todo, sus discursos, sus va-lores, sus sueños y sus deseos dictan la
ley . En todas partes y en todo definen la función y el papel social
de las mujeres y, desde ya, la identi-dad que éstas deben tener o no
tener . Ellos saben . Ellos tienen acceso a la verdad . Nosotras no.
¡A duras penas a la ficción, a veces!.
Deseo
loco, esta relación con la madre, ya que constituye "el
conti-nente negro" por excelencia . Permanece en la sombra de
nuestra cultura, es su noche y sus infiernos . Pero los hombres no
pueden prescindir de ella, no más (y más bien menos) que las
mujeres. Y si actualmente existe una tal polarización sobre los
temas de la concepción y del aborto, ¿no será para escapar una vez
más a la pregunta sobre qué ha sido de la relación imaginaria y
simbólica con la madre, con la mujer madre ; qué ha sido de esta
mujer más allá de su papel social y material de reproductora de
criaturas, de nodriza, de reproductora de fuerza de trabajo?
Una
función que subyace a todo el orden social, y al orden del de-seo,
pero que siempre se mantiene dentro de una cierta dimensión de
necesidad . A través de la satisfacción de las necesidades
individuales y sociales se exorcisa a menudo lo que hay de potencia
femenina mater-
nal,
particularmente en lo tocante al deseo.
El
deseo de ella, su deseo (de ella), esto es, lo que viene a prohibir
la ley del padre, de todos los padres . Padres de familia, padres de
na-ciones, padres-médicos, padres-curas, padres-profesores . Morales
o in-
morales
. Siempre intervienen para censurar, rechazar, con todo el buen
sentido y la buena salud, el deseo de la madre .
A
partir de aquí, tanto los hechos más cotidianos como el conjunto de
la sociedad y de nuestra cultura evidencian que esta sociedad y esta
cultura funcionan originariamente sobre la base de un matricidio .
Cuando Freud describe y teoriza, concretamente en Totem y tabú, el
asesinato del padre como fundador de la horda primitiva, olvida un
asesinato más arcaico : el de la mujer-madre, necesario para el
establecimiento de un determinado orden en la ciudad . Con algunos
añadidos, nuestro imaginario continúa funcionando según el esquema
de las mitologías y tragedias griegas . Tomaré, por tanto, el
ejemplo del asesinato de Clitemnestra en la Orestíada .
Orestes
mata a su madre porque así lo exigen el imperio del Dios Padre y su
apropiación de los arcaicos poderes de la tierra-madre . Mata a su
madre y enloquece a resultas de ello, al igual que su hermana
Electra. Pero Electra, la hija, continuará loca . El hijo matricida
debe ser salvado
de la
locura para poder instaurar el orden patriarcal. Locura que, por otra
parte, se presenta como una banda de mujeres encolerizadas que lo
persiguen, lo acosan por doquier, como apariciones de su madre : las
Eríneas. Mujeres que claman venganza, otras en rebeldía que
persiguen, unidas, al hijo asesino de la madre . Mujeres en lucha,
una suerte de histéricas, revolucionarias, que se sublevan contra el
poder patriarcal que, en ese momento, se encuentra en vías de
instaurarse .
Sigue
teniendo lugar, al igual que surgen, de aquí y de allá, las Ateneas
de turno engendradas por el solo cerebro del Padre-Rey. Totalmente a
sueldo suyo -o sea, al de los hom-bres en el poder- y que entierran a
las mujeres en lucha bajo su san-tuario, para que no perturben el
orden de los hogares, el orden de la ciudad, el orden, punto .
Reconoceréis a estas Ateneas de turno, mode-los perfectos de
feminidad, siempre veladas y acicaladas de la cabeza a los pies, muy
dignas, por esta característica : son extraordinariamente duchas en
la seducción (que no es forzosamente lo mismo que seductoras),
extraordinariamente duchas en la seducción pero hacer el amor, de
hecho, no les interesa.
El
asesinato de la madre se salda, pues, con la impunidad del hijo, el
enterramiento de la locura de las mujeres -o el enterramiento de las
mujeres en la locura-, el acceso a la imagen de la diosa virgen,
obe-diente de la ley del padre.
Cuando
se le da apellido a la criatura, éste ya viene a ocupar el lugar de
la señal más irreductible del nacimiento, el ombligo . El apellido
e incluso ya el nombre de pila siempre se hallan desfasados respecto
al más irreductible rastro de identidad : la cicatriz del corte del
cordón . El apellido y hasta el nombre de pila se deslizan sobre el
cuerpo cual revestimientos, piezas de identidad exteriores al cuerpo.
El
orden social, nuestra cultura, el mismo psicoanálisis, así lo
quieren : la madre debe permanecer prohibida . El padre prohibe el
cuerpo a cuerpo con la madre .
Pero
me entran deseos de añadir : ¡si al menos fuera cierto! Es-taríamos
muchísimo más en paz con nuestros cuerpos, que los hombres tanto
necesitan para alimentar su libido. Pues la prohibición, por for-
mal
que sea, no impide un cierto número de cosas.
Así,
la abertura de la madre o, por qué no, la abertura a la madre,
aparecen como la amenaza de contagio, de contaminación, de
hundimiento en la enfermedad : en la locura . Nada de todo lo cual,
evidentemente,
permitirá avanzar progresivamente con paso seguro Ninguna escalera
de Jacob permite volver a la madre . La escalera de Jacob sube
siempre al cielo, hacia el Padre y Señor, el Salvador.
Se
sacrifica la fertilidad de la tierra para delimitar el horizonte
cultural de la lengua paterna (erróneamente llamada materna) . Pero
esto no se dice . Al olvido de la cicatriz del ombligo correspondería
el agujero en la tela de araña de la lengua. Red que se querría
prestar o devolver al
poder
materno, a la madre fálica; pero cuando se proyecta así sobre ella,
se convierte en una reja defensiva proyectada por el hombre-padre
sobre los abismos de un vientre mudo y amenazador, amenazador porque
mudo. Así, la matriz, no pensada como lugar de la primera morada en
la que nos hacemos cuerpo, se fantasea como boca devoradora, como
cloaca o vertedero anal o uretra], como imperio fálico, como
reproductora en el mejor de los casos . La matriz con la cual se
confunde, en un
imaginario
siempre mudo, todo el sexo de la mujer .
También
es importante que des-cubramos y afirmemos que siempre somos madres,
desde el momento
que
somos mujeres . Traemos al mundo otras cosas además de criaturas,
procreamos y creamos otras cosas además de criaturas : amor, deseo,
lenguaje, arte, expresión social, política, religiosa, etc . Pero
esta creación, esta procreación, nos ha estado secularmente
prohibida y es preciso que nos reapropiemos esta dimensión maternal,
que en tanto mujeres nos pertenece .
Otro
aspecto que debemos cuidar es, sobre todo, no volver a matar a esa
madre sacrificada en el origen de nuestra cultura . Se trata de de-
volverle la vida a esa madre, a nuestra madre en nosotras, y entre
noso-tras. De no aceptar que su deseo quede anulado por la ley del
padre. De darle el derecho al placer, al goce, a la pasión . De
darle el derecho a las palabras y, por qué no, a veces a los gritos,
a la cólera .
También
tenemos que encontrar, reencontrar, inventar, descubrir, las palabras
para nombrar la relación a la vez más arcaica y más actual con el
cuerpo de la madre, con nuestro cuerpo, las frases que traducen
el
vínculo entre su cuerpo, el nuestro, el de nuestras hijas . Un
lenguaje que no sustituya al cuerpo a cuerpo, como lo hace la lengua
paterna, sino que lo acompañe; palabras que no cierren el paso a lo
corporal, sino que hablen en "corporal" .
Pienso
que también es necesario, para no ser cómplices del asesi-nato de
la madre, que afirmemos la existencia de una genealogía de mujeres .
Una genealogía de mujeres dentro de nuestra familia : después de
todo, tenemos una madre, una abuela, una bisabuela, hijas . Olvidamos
demasiado esta genealogía de mujeres puesto que estamos exiliadas
(si se me permite decirlo así) en la familia del padre-marido ;
dicho de otro modo, nos vemos inducidas a renegar de ella .
Intentemos situarnos den-
tro de
esta genealogía femenina, para conquistar y conservar nuestra
identidad . Y no olvidemos tampoco que ya tenemos una historia, que
en la historia, aunque haya sido difícil, han existido algunas
mujeres y que con demasiada frecuencia las olvidamos .
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