CUENTA LA LEYENDA...

Cuenta la leyenda que en aquel pueblo no estaba permitido que nadie se separara ni se divorciara, bajo ningún concepto. Había que preservar, bajo pena de persecución y muerte, la unidad familiar por encima de todo.
De tal manera que, cuando alguien o algo -una palabra, un gesto o un comentario-, amenazaba la unión matrimonial o familiar, el sospechoso, el provocador de una posible desunión, era perseguido, detenido y amordazado. Expuesto al día siguiente en la plaza pública, eran serrados sus miembros uno a uno, ante el entusiasmo general estimulado por los altavoces. Luego, mostrando los miembros sangrantes al público, un grupo de encapuchados, con guantes de goma, cosían con hilo de esparto los pedazos, que aún se estremecían en sus manos.
Una vez cosidos los pedazos, el cuerpo era introducido a golpes en un saco. Los sacos debían ser fabricados con un material transparente, para que se pudiera contemplar el cosido ejemplar, humillante, de los miembros sangrantes.

 Al anochecer, cuando el saco transparente dejara de gotear sangre, el cuerpo reconstruido sería arrojado por un acantilado, entre gritos y ¡vivas! a la unidad familiar de todo un pueblo.
De la historia de ese pueblo, hoy, después de tantos siglos, sólo nos queda esta macabra y triste leyenda.

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