En Dios confiamos

Una persona resbala  de noche por un precipicio, se aferra  a una rama de la que queda colgando, sufriendo,  durante horas; al final los dedos no aguantan más y, con un desesperado adiós a la vida, se deja caer.  Sólo cae dos palmos; si hubiese abandonado la lucha antes se habría ahorrado la angustia que padeció.  La sabiduría  nos dice que del mismo modo que la tierra recibió a la persona del relato, nos  acogerá a nosotros los brazos eternos si creemos absolutamente en ello y renunciamos al hábito  heredado de confiar en nuestra fuerza personal, con unas precauciones que no pueden protegernos y  unas cautelas que no pueden salvarnos.

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