Teresa Forcades
En el caso de la Iglesia, la revolución debería ser anticlerical y
contra la misoginia estructural si lo que queremos es una ruptura
radical con las estructuras que no están al servicio de las personas. El
clericalismo no tiene nada a ver con el evangelio ni con las
comunidades. Es decir, que entre Dios y las personas hay unos mediadores
que son los clérigos. En el evangelio de Mateo, cuando Cristo muere,
dice que en aquel momento se rasgó de arriba abajo la cortina del
templo, la que marcaba la separación entre el espacio sagrado y el que
no lo era. Esta separación, no solamente en los textos sino también en
la historia, ha comportado divisiones sociales. Pues ¿qué hay más
simbólico que afirmar que en el momento de la muerte de Cristo se ha
dado fin a esta división? En ello hay algo tan radical que aún no hemos
entendido después de veintiún siglos. Y, por otro lado, es necesario que
la revolución sea contra la discriminación de las mujeres. Hoy en día
en la Iglesia católica hay un vínculo entre el hecho de ser ordenado
como sacerdote y poder tener acceso a los cargos de toma de decisión
dentro de la Iglesia. Ya que las mujeres se supone que no podemos estar
ordenadas, esto significa que no podemos tener acceso a los lugares de
toma de decisión que nos afectan a todos.
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